¿Estamos Ganando?

A fines del siglo XX muchas de las personas que participaban en los movimientos sociales de todo el mundo tenían la sensación de que estábamos ganando. En el 2007 las cosas parecen mucho más complicadas. ¿Qué significaría realmente ganar? El colectivo Turbulence les pidió a 14 grupos, colectivos e individuos que se abordaran esta pregunta esencial…

“Estamos ganando”. Esta frase, pintada con aerosol en la pared, fue una de las imágenes más paradigmáticas de las protestas contra la tercera reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 1999 en Seattle. Ella capturaba de forma perfecta el sentimiento del movimiento en esa alocada y lluviosa mañana de invierno. Surgiendo aparentemente de la nada, una década después del supuesto “fin de la historia”, una coalición de anarquistas y comunistas, ambientalistas y sindicalistas, monjas y queers, y muchos más, tomaron las calles y lograron clausurar la conferencia de la OMC en la ciudad que vió nacer a Microsoft y a Starbucks. ¿Cómo fue esto posible?

Muchos describen a Seattle como la “presentación en sociedad” de nuestro movimiento, ya que no surgimos de la nada; una multitud de luchas habían estado creciendo lentamente en las sombras… Contra los mega proyectos del Banco Mundial, como la represa de Narmada en la India. Contra la privatización de los servicios públicos, como las luchas por el agua en Sudáfrica. Contra los latifundios, con los movimientos sin tierra en Brasil y los zapatistas en México. Contra las reformas laborales, como las huelgas de los trabajadores de la construcción y del automóvil en Corea del Sur. Y contra la reunión de los mandatarios del G7, como el día de acción global del 18 de junio de 1999 en Alemania. El movimiento no comenzó en Seattle, pero su importancia radica en la resonancia generada tanto en las calles de la ciudad como mucho más allá. Fue un momento de intensidad -ya no estábamos solos- incluso para quienes nunca estuvimos en Seattle ni logramos avistar a representante alguno de la OMC.

En los años subsiguientes, las líneas de resistencia y creación -la producción de otros mundos- pudieron trazarse alrededor del mundo. Se trataba de líneas que conectaban las contracumbres realizadas en Washington DC, Chiang Mai, Praga, Québec y Génova. Líneas que vinculaban a los centros sociales europeos con las luchas de los campesinos en la India; a los piqueteros argentinos con los movimientos ligados al software libre; las luchas por el libre acceso a la educación y al conocimiento con aquellas contra la biotecnología. Se crearon espacios -tanto reales como virtuales- para construir, fortalecer y desarrollar redes de resistencia y creación: Acción Global de los Pueblos, Indymedia, el Foro Social Mundial y cientos de versiones locales. Fuimos tomados por un nuevo ciclo de luchas; existió un verdadero afecto de victoria. Y no se trataba sólo de un sentimiento, experimentado individual o grupalmente. Se trataba de un aumento de nuestra potencia, que nos permitió, en tanto movimiento, implicarnos en nuevos modos de acción.

GUERRA

Algunos dicen que la última vez que vieron la frase “estamos ganando” fue pintada en el costado de un camión de la policía en llamas, en Génova, durante la reunión del G8 en el verano del 2001. Desde entonces, ¿ha vuelto esta frase a parecer apropiada? Hoy la posibilidad de ganar parece estar muy lejos.

Hay quienes ven en Génova un punto de quiebre. Génova marcó el fin de un ciclo de luchas y el inicio de otro -un intento de confrontar con una guerra de nuevo tipo: global, policial y abierta. Esta guerra fue declarada a través de una serie de violentos ataques sobre los cuerpos de quienes fueron considerados “militantes” de cualquier tipo, pero también, de forma mucho más indiscriminada, sobre el conjunto del cuerpo social, considerado como elemento constituyente de este otro mundo posible. Esta guerra, por supuesto, no era nueva, ni en la historia ni en el presente, pero se generalizaría e intensificaría luego de los eventos ocurridos el 11 de septiembre y en los meses subsiguientes. Más que una cuestión de momentos localizados de represión, la guerra ha devenido otra vez, de forma transparente, una de las maneras de hacer funcionar el mundo: no sólo “la continuación de la política por otros medios”, sino un modo de gestión y gobierno de la vida. El afecto de la victoria -mezclado con la experiencia gozosa del deseo implicado en la creación otro mudo- fue reemplazado por el del miedo y la aparente omnipresencia del poder se volvió contra nosotros. ¿Cómo seguir?

¿QUÉ PODRÍA SIGNIFICAR GANAR?

Los movimientos pueden ser visualizados como “movimientos” en tiempos de aceleración y expansión. En esos momentos embriagadores tienen fronteras difusas y prescinden de listados cerrados de miembros -todos están demasiado comprometidos en lo que vendrá, en crear lo nuevo, en mirar hacia el horizonte. Pero cuando los movimientos son bloqueados se desaceleran, interrumpen su movimiento o lo continúan sin considerar sus efectos actuales. Cuando esto sucede pueden llegar a reprimir nuevos desarrollos, suprimir la emergencia de nuevas formas de hacer política o resultar incapaces de visualizar nuevas direcciones posibles. Muchos movimientos simplemente dejan de funcionar como movimientos. Terminan asemejándose a aquellos extraños grupos políticos de antaño, debatiendo sobre 1917, 1936 o cualquier otro tema mientras mundos enteros pasan de largo delante de sus narices.

En ocasiones todo lo que se necesita para reanudar el movimiento es un golpe en una nueva dirección. Tomemos como ejemplo el Movimiento Sin Tierra de los campesinos brasileños: en los años 80 lograron obtener cada vez más tierras, pero dejaron de moverse. Simplemente repetían un ciclo. Muchos obtuvieron tierras pero casi todos las perdieron luego: la transición de sin-tierra a granjero implicaba demasiadas cosas demasiado rápido. Fueron engullidos y escupidos por los bancos y los especuladores de la tierra. Entonces el movimiento cambió de dirección. Concentraron su energía en lograr que las personas mantuvieran los terrenos conquistados, no en conseguir más territorio, y luego utilizaron esas bases seguras para intensificar su lucha por más tierra. El resultado: un millón de familias se han asentado en lo que antes era propiedad de los grandes terratenientes.

Nosotros también queremos más movimiento, nuevas direcciones. ¿Quién no? Por eso pensamos que este es un buen momento de formular la pregunta: ¿Qué significa -o podría significar- “ganar”?

La pregunta es importante porque nos conduce a muchos otros interrogantes que podrían encaminarnos en nuevas direcciones. Tomemos tres de ellos:

¿Cómo pensamos al capitalismo contemporáneo y qué podría significar quebrarlo?

¿Qué implica tener en cuenta el hecho de que vivimos en un planeta finito que produce fenómenos tales como el cambio climático?

¿Qué tan distinto es el movimiento global de los movimientos previos y cómo podemos aprender del pasado?

Sorprendentemente, todos estos interrogantes nos conducen a preguntas similares: Políticamente, ¿porqué hacemos lo que hacemos y porqué continuamos haciéndolo? Y, por supuesto, ¿qué (otra cosa podríamos) hacer?

No les ofrecemos un conjunto de pulcras y empaquetadas respuestas a estas u otras preguntas. Los 14 artículos en esta edición de Turbulence provienen de diferentes contextos y partes del mundo; tiene distintos tonos, velocidades y evidentemente no carecen de desacuerdos entre sí; fuera de sus contextos de emergencia, algunos resultan más difíciles de leer que otros. Pero nosotros pensamos que esta disparidad, que algunos llamarían aspereza, es útil. A veces resulta difícil implicarse con una colección de textos demasiado pulida. Uno no termina de pensar “Esto está mal. No acuerdo en lo más mínimo” o “¿qué pasa con tal cuestión?” que ya el autor anticipa la objeción en un pie de página o los editores lo orientan hacia otro de los artículos que llena el vacío. Por otro lado, la aspereza de los bordes nos provee puntos de amarre, de elementos de los cuales podemos tomarnos. Nos proporcionan vías de acceso a las argumentaciones. Uno puede llegar a tirar de un cabo suelto y quizá todo pueda llegar a desenhebrarse. Pero tal vez podamos llegar a tramar algo nuevo con esas ilaciones. Lo que queremos hacer es publicar artículos que nos ayuden a pensar nuevos pensamientos. Para pensar y actuar de otro modo.

Pero existe un hilo común que atraviesa estos textos: creemos que todos ellos abordan cuestiones esenciales si es que existe alguna posibilidad de poner el mundo patas arriba. ¿Estamos solos en esto? No lo creemos. Recientemente nos hemos encontrado con diversas iniciativas en las cuales logramos vislumbrar los contornos de nuevos reagrupamientos. No estamos proclamando que este sea el momento. Ni estamos exigiendo “un esfuerzo más, camaradas”. Se trata de algo más sutil, más tentativo. ¿Seremos absorbidos por la acción otra vez? Tal vez. ¿Advendrá una nueva marea alta desde una dirección inesperada? Probablemente. ¿Y qué tiene Turbulence que ver con ello? ¿Quién sabe? Pero no podrán decir que no les advertimos que la gente está experimentando. Y que algunos de esos experimentos se saldrán fuera de control.

¿PORQUÉ TURBULENCE? Una turbulencia es una disrupción causada por un movimiento a través de un elemento que permanece inmóvil o se mueve a una velocidad diferente, lo cual resulta, en cierto sentido, apto para nominar este proyecto.

Pensemos en un flujo de agua que avanza sobre un objeto simple, como una esfera. A baja velocidad, el flujo es laminar, es decir, suave (aunque pueda incluir vórtices a gran escala). Si la velocidad aumenta, en cierto punto el flujo deviene turbulento (“caótico”). Lo mismo sucede al abrir un grifo.

Pero si bien la descripción exhaustiva de una turbulencia constituye todavía uno de los problemas irresueltos de la física, este flujo caótico resulta enormemente productivo. Los insectos vuelan en un mar de vórtices, rodeados de pequeños remolinos y torbellinos que se producen cuando mueven sus alas. Durante años los científicos dijeron que, en teoría, un abejorro no debería ser capaz de volar, dada la relación entre el tamaño de sus alas y la masa de su cuerpo: un avión construido con las mismas proporciones jamás podría despegar del suelo. Para la aerodinámica convencional la turbulencia es un problema a ser controlado y eliminado. Pero una vez que tomamos en cuenta a la turbulencia como fuerza productiva es fácil comprender cómo las alas del abejorro producen una mayor potencia de elevación que la predecible por los análisis aerodinámicos convencionales. Se trata de una aerodinámica increíblemente inestable y dificultosa de analizar, ¡pero funciona!

¿PORQUÉ AHORA? ¿PORQUÉ AQUÍ? La publicación de Turbulence coincide con la movilización contra la reunión del G8 en Heiligendamm, Alemania, en junio del 2007. Existen tres razones para ello. En primer lugar, entendemos esta publicación como una intervención política. Las contracumbres hay jugado un rol significativo en la emergencia de las luchas actuales, pero muchos de nosotros nos estamos preguntando ahora cómo podemos ir más allá. En segundo lugar, hemos descubierto que las contracumbres son momentos de extraordinaria apertura colectiva: existen diversas ideas sobre cómo cambiar el mundo que con frecuencia encuentran más sentido durante estos momentos que durante el resto de nuestras vidas. En tercer lugar, mientras trabajamos para que Turbulence esté disponible en todo el mundo, en múltiples formatos (papel impreso, descarga de audio, traducciones online), en Heiligendamm esperamos llegar a cientos de personas que probablemente no accederían a esta publicación de otro modo.

¿INCÓMODOS CON GANAR? Algunas personas se sienten incómodas con la noción de “ganar”. Esto es porque el hecho de ganar implica que habrá perdedores. Es evidente que, cuando se trata de relaciones sanas, ganar y perder pueden resultar cosas seriamente dañinas. Si alguien inicia una conversación con el objetivo de “ganar”, dicha conversación resultará, en el mejor de los casos, improductiva. En la mayoría de las relaciones ganar y perder no tendrían que tener ningún lugar. La relación, lo que uno está haciendo con la relación, tendría que resultar más importante. Pero ¿es posible extender esta lógica a situaciones de dominación como el caso de la conversación que día tras día tenemos con el capitalismo? ¿No se trata de una relación que debe ser destruida o convertida en algo irrelevante? Ganar no supone necesariamente un juego de suma cero, pero en ocasiones puede ser una cuestión de vida o muerte. En ese tipo de situaciones, parece esencial hacer algo más que simplemente plantear la cuestión de cómo ser eficaces. Hay que pensar en ganar. E intentarlo. Intensamente.

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