El en-comunismo

por Nick Dyer-Witheford   

Si la célula del capitalismo es la mercancía, la célula de la sociedad que trasciende a la sociedad del capital es lo en-común. El autor discute la circulación de lo en-común y las condiciones que ella crearía para nuevos proyectos colectivos y oleadas de organización.   

Han transcurrido ocho magros años para el movimiento de movimientos que tuvo su punto álgido en Seattle en 1999. Desde el 11 de septiembre de 2001 mucha energía militante se ha dirigido contra la invasión y ocupación de Iraq, contra otros conflictos como el de Afganistán y el Líbano, contra los atropellos a los derechos civiles y por la verdad en los medios. Pero la guerra contra el terrorismo también ha tenido como efecto el adormecimiento de toda esperanza de oposición e imaginación. O al menos así me parece a mí, como académico canadiense cuyas energías han estado recientemente absorbidas a oponerse a que su universidad fabrique tanques para el ejército de Estados Unidos. Hay compañeros que están  militando en la creación de organizaciones de trabajadores, trabajando en proyectos poscarbono, colaborando en la autoorganización de personas sin techo, participando en elecciones municipales y otros proyectos. Sin embargo, el sentido optimista de que otro mundo no solamente es posible sino también probable, inminente, ha dado paso a un sentido más sombrío. Aun en este Norte ya no tan congelado, el surgimiento vigoroso de movimientos y gobiernos populares en América Latina son una fuente de inspiración. En todo otro respecto, sin embargo, los horizontes se han contraído.           

Desde el punto de vista de las ganancias, el capitalismo global parece gozar de buena salud. Las calamidades ecológicas se suceden sin cesar, el petróleo que llega a su pico, otro 9/11, o un descalabro de las relaciones entre Estados Unidos y China podrían desestabilizar el sistema-mundo. Escenarios como estos no sólo son contingentes; sino que también es incierto que vayan a beneficiar a los movimientos progresistas. Los neo-fascistas, los fundamentalistas y los capitalistas que aplican la ley marcial sin titubear podrían ser los beneficiarios, a menos que haya una preparación organizativa e intelectual que establezca las bases para una alternativa mejor.

Por esta razón nos parece importante renovar la discusión sobre qué queremos nosotros: no pensar solamente a qué nos oponemos, sino también por qué luchamos (y por lo tanto quiénes somos) y considerar qué puede lograrse en la circunstancia actual. Muchos activistas e intelectuales de los movimientos están en este momento trabajando en este sentido, aquí y en otros foros. Mi contribución consistirá en proponer y discutir el en-comúnismo.

Lo ‘en-común’ es una expresión que resume muchas de las aspiraciones del movimiento de movimientos. Es un término muy usado quizás porque ofrece una manera de hablar sobre la propiedad colectiva sin invocar una mala historia –es decir, evitando evocar el comunismo, convencionalmente entendido como la combinación de una economía de mando centralizado y un estado represivo–, para inmediatamente encontrarle una explicación convincente. Aunque habrá quienes no estén de acuerdo, creo que esta discusión es válida; es importante diferenciar nuestros objetivos y nuestros métodos de los de catástrofes pasadas, retomando las discusión de una sociedad más allá del capitalismo. 

La primera referencia a lo ‘en-común’ corresponde a las tierras de uso colectivo cercadas por el capitalismo en un proceso de acumulación primitiva que va desde la edad media hasta el presente. Aún hoy, las tierras de cultivo comunes siguen siendo el punto principal de conflicto en muchos lugares. Pero hoy lo en-común también nombra la posibilidad de propiedad colectiva, y no privada, en otros terrenos: lo ecológico en-común (el agua, la atmósfera, la pesca y los bosques); lo social en-común (la previsión pública con respecto al bienestar, la salud, la educación, etc.); lo en-común en red (el acceso a los medios de comunicación).

Extendamos esta expresión, ‘lo en-común’, en un nuevo sentido. Marx sugirió que el capitalismo tiene una célula, un elemento constitutivo básico, a partir del cual se constituye todo el aparato de comercio y toda la estructura de mando. Esta célula es la mercancía, un bien producido con el propósito de ser vendido entre poseedores de propiedad privada.

Si la célula del capitalismo es la mercancía, la célula de la sociedad capaz de trascender al capital es lo en-común. Una mercancía es un bien producido para ser vendido, algo en-común es un bien producido o conservado para ser compartido. La noción de mercancía, un producto hecho para la venta, presupone la existencia de propietarios privados entre quienes tiene lugar el intercambio. La noción de lo en-común presupone colectividades –asociaciones y asambleas – dentro de las cuales se organiza el compartir. Si el capitalismo se presenta como una inmensa acumulación de mercancías, el en-comúnismo es la multiplicación de lo en-común.  

Las fuerzas de lo en-común y de la mercancía –del movimiento y del mercado– están en este momento en librando batallas en las tres esferas que mencionamos con anterioridad: la ecológica, la social y la de la red. 

En la esfera ecológica, décadas de luchas ambientales han revelado de qué manera el agotamiento y la contaminación de la naturaleza por parte del mercado destruyen la base en-común de la vida humana. Esta destrucción va desde el uso de pesticidas y venenos, pasando por la tala de bosques, hasta la extinción de especies. Lo que ahora pone de relieve este proceso es el calentamiento global. La perspectiva de un caótico cambio del clima, que destruya la agricultura, el suministro de agua y las costas en todo el planeta (aunque, como es costumbre, de manera más devastadora en el sur) pone en un brusco contraste la escala de la crisis ecológica. También pone de manifiesto sin ambigüedad la insuficiencia del ‘libre mercado’ y revela que su sistema de precios no es más que un sistema de comando social. La escala de la intervención que es necesaria ahora está indicada por el plan de diez puntos elaborado por George Monbiot para actuar con respecto al calentamiento global: objetivos para la rápida reducción de las emisiones de gases del efecto invernadero por parte de los países desarrollados del Norte; cuotas de carbono; mayor regulación de la eficiencia energética de los edificios; prohibición y carga impositiva sobre los aparatos que producen emisiones elevadas; desvío de fondos públicos destinados a ‘defensa’ y construcción de carreteras hacia formas de energía limpia y sistemas de transporte público; congelamiento y reducción de los viajes aéreos y de las mega-tiendas ubicadas fuera de las ciudades. Puede discutirse cada punto en esta receta. Pero si Monbiot está aunque sea cerca de tener razón, el remedio requerido supera todo lo que el mercado, aun en la forma de ‘negocios verdes’, puede hacer. Son necesarias la regulación, el racionamiento y las grandes inversiones públicas. El calentamiento global (junto con otras crisis ecológicas, desde las pesquerías hasta los acuíferos) pone nuevamente sobre la mesa precisamente lo que el neoliberalismo intenta borrar: la planificación en gran escala. 

En la esfera social, el hilo conductor rojo que enlaza a los movimientos obreros, socialista y comunista a partir de sus intentos de reemplazar las divisiones de clase del capitalismo con distintas formas de la riqueza en-común. La misión del neoliberalismo fue derrotar este desafío. Tuvo un gran éxito. Precisamente por esto la intensificación de las desigualdades globales tiene ahora consecuencias universales. Las desgracias de lo que Mike Davis llama el “planeta de ciudades miseria” no pueden ser separadas del planeta los centros comerciales. Regresan como enfermedades (VIH/SIDA y otras pandemias) o como insurgencia (“terrorismo”). En este contexto, dos iniciativas han abordado el problema de la “riqueza en-común” de maneras innovadoras. Una es el movimiento de la ‘economía solidaria’ que se concentra en varios tipos de empresas cooperativas y que está asociado con el éxito de la izquierda latinoamericana. Trataré esto más adelante. La otra es un conjunto de propuestas y campañas alrededor lo que se conoce como el ingreso ‘básico’ o ‘garantizado’ que, al asegurar un modesto nivel de subsistencia, salva a la vida humana de depender completamente del mercado global. Tales programas también tratan el problema planteado por las economistas políticas feministas sobre la falta sistémica de compensación al trabajo reproductivo (el cuidado de los niños y el hogar). El ingreso básico fue inicialmente propuesto en el Norte Occidental del mundo y, en ese contexto, puede criticársele que sea un suplemento a un Estado de bienestar ya de por sí opulento. Sin embargo, el ingreso básico apareció recientemente como iniciativa política en Brasil y en Sudáfrica. Algunos grupos han propuesto y calculado el costo de un ingreso básico global de un dólar por día. Aunque despreciable en el contexto norteamericano, este ingreso podría duplicar el ingreso monetario de más de un billón de personas que, según datos oficiales, viven en la extrema pobreza. Si uno piensa que esto es utópico, compáreselo con el presupuesto de defensa de EEUU, que en el año 2007 fue de $532 billones de dólares. Es decir, podría haber muchos debates sobre el ingreso básico global: podría, por ejemplo, concebírselo mejor no como un pago dentro de una economía monetaria, sino como una ‘canasta básica’ elemental o un sustento garantizado global. Pero, tanto el fracaso del efecto derrame de las soluciones de mercado con respecto a la pobreza y la desigualdad (aun en medio de la prosperidad global) como la creciente gravedad de las consecuencias, crean oportunidades para una nueva militancia de la riqueza en-común.

En el mundo de las redes, el fracaso del mercado aparece de otra manera –como una incapacidad del capital para usar los nuevos recursos tecnológicos–. Las computadoras y las redes han creado crecientes capacidades para que la circulación de las comunicaciones y el conocimiento sea rápida y muy barata. Estas innovaciones se hicieron fuera del mercado, en un extraño encuentro entre la ciencia financiada por el Estado (el sector académico/militar) y piratas informáticos libertarios (y a veces revolucionarios). La contribución del capital ha sido probar estas innovaciones y meterlas dentro de la forma-mercancía, liberando sus poderes sólo dentro de los límites de la propiedad de la información y los precios de mercado. Pero la innovación digital ha rebasado constantemente estos límites. Las redes peer-to-peer (de pares) y los movimientos de programas libres y de código abierto han aprovechado las posibilidades de reproducción de bienes no rivales y de producción en colaboración para generar una cultura de redes cuya lógica contradice los axiomas comerciales [1]. El movimiento de movimientos se dio cuenta de estos potenciales cuando comenzó a tejer lo que Harry Cleaver llama “el entramado electrónico de las luchas”, usando Internet para pasar por alto a las empresas de medios y poner en circulación noticias, análisis y solidaridad [2]. Los programas libres y el de código abierto, así como las redes P2P, constituyen una porción cada vez mayor del entramado electrónico de la producción, equipando a la gente con una variedad de herramientas digitales que pueden tener los usos más diversos, desde la radiodifusión hasta la micro-manufactura. El capital está tratando de reprimir estos cambios –a través de incesantes redadas en contra de la piratería y batallas contra la intelectual propiedad– o de apropiarse de ellos. Pero existen alternativas que van más allá de lo que el capital permitiría que se expresan en los movimientos de ‘creative commons’, de ‘cooperación libre’ y en las ‘culturas abiertas’ que luchan contra el régimen de propiedad intelectual del mercado mundial.          

Las tres esferas –la ecológica, la social y las redes– son testimonio de grandes fracasos de los mercados. Cada una ilustra el fracaso de un régimen de las mercancías, aunque de distinta manera. El desastre ecológico es la venganza de las así llamadas externalidades negativas de los mercados, es decir, los daños cuyo precio no es ni puede ser calculado a partir de operaciones comerciales. La intensificación de la desigualdad, mientras crece la miseria en medio de la abundancia, despliega circuitos de realimentación de privación y acumulación intrínsecos a las operaciones del mercado que se refuerzan mutuamente. Las redes demuestran la incapacidad del mercado para acomodar sus propias externalidades positivas, es decir, para permitir el mayor beneficio de las innovaciones cuando desbordan los mecanismos de precios del mercado. Juntas, las tres constituyen una acusación histórica al neoliberalismo y al sistema capitalista global del cual es sólo la última doctrina de vanguardia. 

También en estos tres campos existen movimientos que están proponiendo, como alternativas a estos fracasos del mercado, nuevas formas de lo en-común. Estas también varían en cada campo, aunque, como voy a sostener en un momento, también se superponen e interconectan. En la esfera ecológica, las previsiones comunes están basadas principalmente en la conservación y la regulación (pero también en inversiones públicas en nuevas tecnologías y en sistemas de transporte). En la esfera social, un sustento global garantizado supone lo en-común construido a partir de la redistribución de las riquezas, mientras que las economías de la solidaridad crean formas de producción experimentales administradas en forma colectiva. En el caso de lo en-común en red, lo que está emergiendo es lo en-común de la abundancia, de los bienes informáticos no rivales –un cuerno de la abundancia de lo en-común–.   

Por supuesto, en la realidad estas tres esferas no pueden separarse; cada actividad vital resuena en las tres de tal manera que, por ejemplo, las actividades ecológicas y en red son siempre lo en-común social – o viceversa. Efectivamente, mi razonamiento es que la forma de un nuevo orden social, el en-comunismo [commonism], sólo puede concebirse como la interrelación y la interconexión de estos tres dominios, como la circulación de lo en-común.

Marx mostró cómo en el capitalismo las mercancías se mueven en un circuito. El dinero se usa para comprar la fuerza de trabajo, las maquinarias y las materias primas. Estas son introducidas en la producción para crear nuevas mercancías que luego son vendidas para obtener más dinero, una parte es retenida en calidad de ganancia y otra parte es usada a comprar más medios de producción para fabricar más mercancías … el proceso se repite infinitamente. Los distintos tipos de capital –mercantil, industrial y financiero– jueguen diferentes roles en este circuito.  Entonces, por ejemplo, la transformación de mercancías en dinero es el rol del capital mercantil, que participa en las transacciones comerciales, la verdadera producción es realizada por el capital industrial y la conversión de capital-dinero en capital productivo es la tarea del capital financiero (bancos, etc.).

Necesitamos pensar en términos de la circulación de lo en-común, de cómo los ámbitos de lo en-común se interconectan y refuerzan entre sí. Lo en-común ecológico mantiene las condiciones finitas necesarias tanto para lo en-común social como para las redes en-común. Lo social en-común, con una tendencia hacia una distribución igualitaria de los bienes, preserva lo ecológico en-común, tanto al eliminar los extremos de la destrucción ambiental que está conectada a los extremos de la riqueza (vehículos 4×4, vuelos aéreos constantes) y la pobreza (quema de carbón, deforestación de tierras) como al reducir la dependencia con respecto al ‘efecto derrame’ del crecimiento económico desenfrenado. Lo en-común social también crea condiciones para las redes en-común al proveer el contexto de salud, seguridad y educación básico dentro del cual las personas pueden tener acceso a medios de comunicación viejos y nuevos. A su vez, las redes en-común hacen circular la información sobre las condiciones de lo en-común ecológico y social (monitoreando las condiciones globales del medio ambiente, siguiendo el rastro de las epidemias, permitiendo intercambios entre trabajadores de la salud, el activismo sindical o los equipos que asisten en los desastres). Las redes también proveen canales para planificar lo en-común ecológico y social –organizándolos, resolviendo problemas, considerando propuestas alternativas–. Actúan como un entramado de asociación, constituyendo el sine qua non de todo lo en-común.

Supongamos que una institución educativa financiada públicamente (lo social en-común) produce programas informáticos y redes que son puestos a disposición de un colectivo que trabaja sobre programas de código abierto (las redes en-común), que crea el programa libre que usa una cooperativa agrícola para controlar su uso del agua y la electricidad (lo en-común ecológico). Este es un micro modelo de la circulación de lo en-común. 

Este es un concepto de lo en-común que no es defensivo, ni se limita a eludir las depredaciones del capital en un espacio de lo colectivo en constante disminución. Por el contrario, es agresivo y expansivo: se multiplica, se fortalece por sí mismo y se diversifica. Es también un concepto de colectividad heterogénea, construido a partir de múltiples formas de una lógica compartida, por singularidades en-común. Podemos hablar de la tierra en-común, de una riqueza en-común y de redes en-común; o de lo en-común de la tierra (en su sentido más amplio, incluyendo la biosfera), del trabajo (en su sentido más amplio, incluyendo el trabajo reproductivo y productivo) y del lenguaje (en su sentido más amplio, incluyendo todos los medios de información, comunicación e intercambio del conocimiento). La organización de lo en-común emerge a través de los lazos y las expansiones autosuficientes de estas formas de lo en-común.

Este concepto tiene clara afinidad con los movimientos de economía solidaria que surgieron en América Latina y que ahora están recibiendo cada vez mayor atención en América del Norte y Europa. En líneas generales, estos movimientos apuntan a establecer lazos entre colectivos autogestionados de trabajadores, organizaciones financieras cooperativas y prácticas de consumo socialmente responsables, con el propósito de crear redes económicas en expansión cuyos excedentes son invertidos en la regeneración social y ecológica. Euclides Mance, unos de los teóricos del movimiento, escribe que estas “redes de cooperación basadas en lo social” refuerzan sus partes constitutivas hasta que un “empuje progresivo” les permite dejar de constituir una “esfera de actividad secundaria, paliativa o complementaria” para convertirse en “un modo de producción socialmente hegemónico”. Este tipo de actividad –de la cual, según pienso, los programas de ingreso básico serían complementarios– se asemeja al tipo de crecimiento celular de lo en-común imaginado aquí.     

Mance dice que en este proceso “no se trata del control político del Estado por parte de la sociedad,” sino del “control democrático de la economía por la sociedad”. Los activistas latinoamericanos estarán mucho más advertidos que yo de que la creación de redes alternativas de base funciona mejor cuando son protegidas, apoyadas e incluso iniciadas al nivel del Estado. Por esa razón, se puede pensar que la circulación de lo en-común incluye no sólo un circuito lateral entre la esfera ecológica, la social y las redes, sino también un circuito vertical entre las nuevas subjetividades, las asambleas autónomas (redes de solidaridad, cooperativas, agrupamientos ambientales y comunitarios) y agencias gubernamentales.

El movimiento de movimientos se ha dividido tácticamente entre, por un lado, grupos autonomistas y anarquistas, con perspectivas fuertemente anti-estatales, y, por otro lado, movimientos socialistas y social-demócratas, comprometidos con el planeamiento estatal y las funciones de bienestar. En lugar de reprimir esta tensión o recrearla al infinito, puede, a la vez, ser más interesante para ambos sectores y más cercano a la práctica real de muchos activistas  pensar el juego potencial entre estos dos polos.

Los proyectos sobre lo en-común son proyectos de planificación: la regulación de las emisiones de carbono (u otros contaminantes del medio ambiente), la distribución del ingreso básico (o de la salud pública o la educación) o el establecimiento de infraestructuras de redes son todos extremadamente difíciles de realizar a gran escala sin el ejercicio del poder gubernamental.

La pesadilla de los socialismos que existieron hasta ahora fue la asunción de este poder de planificación gubernamental de manera despótica y burocrática. El antídoto es un proceso de planificación pluralista, que incluya a una multiplicidad de organizaciones no estatales capaces de proponer, debatir y determinar democráticamente qué direcciones toma la planificación gubernamental. De este modo, un requerimiento que debe cumplir un gobierno fundado en  el gobierno ‘en-comunista’ [‘commonist’ government] es el cultivo de las condiciones en la que puedan emerger asambleas autónomas que contrarresten la burocracia y el despotismo, aportando diversidad e innovación a la planificación de ideas. La planificación y la anti-planificación tienen que estar incorporadas cada una dentro de la otra: como decía Raymond Williams, siempre deben existir por lo menos dos planes.

Como ha señalado George Caffentzis, el capital neoliberal, que está haciendo frente a la debacle de las políticas del libre mercado, está recurriendo ahora a un ‘Plan B’, que introduce versiones limitadas de planificación ambiental (por ejemplo, sistemas de intercambio de emisiones), desarrollo comunitario y prácticas de código abierto y sistemas para compartir archivos como aspectos subordinados a una economía capitalista. Pero la pregunta pendiente en este encuentro es ¿qué lógica envolverá y subordinará a la otra? ¿quién subsumirá a quién?

El en-comúnismo asciende por etapas. Es decir, se puede y se debe luchar por él a nivel micro y macro, a nivel molecular y molar; a partir iniciativas individuales, en proyectos comunitarios y desde grandes movimientos. Si el concepto tiene algún sentido, es sólo porque millones de personas se encuentran ya trabajando de múltiples formas para defender y crear lo en-común de diferentes maneras, desde huertas comunitarias a redes P2P.

Desde mi punto de vista, sin embargo, un proyecto hacia la organización de lo en-común adquiriría mayor coherencia y estaría mejor enfocado si se acordara en una serie de reivindicaciones que deberían promoverse en la esfera ecológica, en la social y en las redes, a nivel nacional e internacional; reivindicaciones que podrían ser apoyadas por muchos movimientos incluso mientras continúan con otras luchas y proyectos más locales y específicos. Estas reivindicaciones podrían incluir algunas de las discutidas brevemente aquí: por ejemplo, un ingreso global garantizado, el racionamiento de las emisiones de carbono y la adopción de programas gratuitos y de código abierto en las instituciones públicas.

Semejantes reivindicaciones serían radicales, pero no utópicas, en un sentido negativo. Conquistarlas no significaría que hemos ganado: es concebible que el capitalismo pueda persistir con estas disposiciones, aunque representarían un ‘New Deal’ planetario de vastas proporciones. Pero alcanzarlas significaría, en primer lugar, que el movimiento de movimientos ha ganado algo, evitando daño a millones de personas y confiriéndoles beneficios; y, en segundo lugar, significaría que estábamos ganando: estas condiciones alteradas crearían oportunidades para nuevos proyectos colectivos y oleadas de organización que llevarían a cabo transformaciones más profundas y establecerían las nuevas instituciones de lo en-común. 

Podría objetarse que, en la descripción hecha por Marx del funcionamiento de las entrañas del capitalismo, se presenta a la mercancía como si poseyese un dinamismo autorreproductivo, que se crea a sí mismo, y que el hecho de que en algunos casos —especialmente en lo referente a lo ecológico— lo en-común es finito e impide tal dinamismo. Pero esta objeción confunde una cuestión cualitativa con una cuantitativa, o, más precisamente, un dinamismo social con un dinamismo de la producción. El modelo propuesto aquí, de interacción circular entre la planificación ecológica, el ingreso básico y las redes abiertas, favorece la expansión de las relaciones sociales de lo en-común: un nivel asegurado de sustento para la población global reduce la necesidad de crecimiento constante destructor del medio ambiente; las redes abiertas permiten que la planificación de lo ambiental y del ingreso sea discutida democráticamente, monitoreada y revisada como parte de un proceso colectivo del intelecto general; por su parte, la planificación asegura las infraestructuras y el acceso a este proceso. Que este dinamismo social sea o no sea dinámicamente productivo —que produzca más o menos bienes— es una cuestión diferente, para la cual la respuesta es sin duda ‘más de algunos, menos de otros’: menos vehículos recreativos 4×4, megaproyectos energéticos y mansiones de lujo, más transporte público, paneles solares y viviendas básicas de buena calidad. Pero la forma-en-común, como la forma-mercancía, es primero y antes que nada una relación social y su dinamismo más importante consiste en la alteración de las lógicas colectivas.

[1] Por dar un ejemplo, una computadora, es un bien ‘competidor’ o ‘competitivo. El hecho de que sea mía te priva a tí de ella. Pero bienes como los programas son ‘no-competitivos’. Un programa informático puede ser copiado sin costo y por lo tanto ambos podemos usarlo simultáneamente.

[2] El artículo de Harry Cleaver ‘Computer-linked social movements and the global threat to capitalism’ se encuentra disponible en http://www.eco.utexas.edu/~hmcleave/polnet.html. George Caffentzis discute el ‘plan B’ del neoliberalismo en su capítulo en Shut Them Down! (disponible en www.shutthemdown.org).

Nick Dyer-Witheford es profesor asociado en la Facultad de Estudios sobre la Información y los Medios de la Universidad de Western Ontario, en London, Ontario, Canadá y es miembro del colectivo Counter-Stryker, que se opone a la colaboración militar-académica-empresarial. Ahora está estudiando la utilidad contemporánea del concepto de ‘esencia genérica’ del joven Marx. Para ponerse en contacto con Nick, escribirle a ncdyerwi[at]uwo.ca

Translation by Sebastian Touza, Matthew May, and Daviz Chavez. English original here

 

 

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